jueves, mayo 15, 2014

Un crimen impune, el asesinato de Rubén López Sabariego


Por: Pablo Soroa Fernández 


El 30 de septiembre de 1961, Rubén López Sabariego se despidió de su familia y partió hacia la ilegítima base naval yanqui enclavada en suelo cubano, en la cual laboraba como chofer. Jamás volvió a vérsele con vida.

Debía regresar al día siguiente, primero de octubre,  a las tres de la tarde, pero nada más se supo sobre él hasta el 19 de ese mes, cuando la agencia noticiosa norteamericana United Press International (UPI) dio a conocer el hallazgo del  cadáver  en una cuneta, en el territorio ocupado por Estados Unidos desde 1903, contra la voluntad popular.


AGÓNICA ESPERA
  
   En el ínterin, Georgina González, su esposa,  había sorteado un indescriptible vía crucis, con la esperanza de reencontrarse con el padre de sus nueve hijos.

Desde las cuatro de la tarde del día primero comenzó a inquietarse y a averiguar con los compañeros de trabajo de Rubén,   los cuales le revelaron que había sido detenido en el enclave militar por  un capitán del Cuerpo de Marines, de apellido Johnson.

   Esperó hasta el cuatro de octubre,  solicitó –y obtuvo-  permiso de las autoridades de su país para traspasar la única  frontera artificial existente en Cuba, más su entrevista con el oficial capellán Tomás J. Hailsberthy, lejos de animarla,  contribuyó a justificar sus aprensiones. 

    Recordó que en 1939  su esposo  había comenzado a trabajar en la base naval yanqui en la constructora Frederick Shane y reiniciado sus servicios en ese lugar en  1949 como chofer de equipos menores.

     Vino a su memoria también  que durante la  insurrección contra la tiranía de Fulgencio Batista, Rubén  realizó diversas actividades clandestinas: venta de bonos, recolección de teléfonos para los rebeldes, traslado de armas  e   intervino en el primer ataque  de las tropas rebeldes a Caimanera.

  También evaluó que al triunfo de la  de la Revolución él siguió trabajando en la Base Naval. El mando militar de aquella guarida de contrarrevolucionarios y de delincuentes comunes –décadas después devenida campo de concentración-, conocía que López Sabariego era uno de los emplantillados cubanos que no renunciaban a sus convicciones revolucionarias.

   Según narró años después Rafael, el mayor de los hijos, su padre vistió rápidamente el uniforme de miliciano y lo guardó cuando Fidel explicó que los trabajadores cubanos de la Base debían evitar a toda costa asumir cualquiera actitud susceptible de interpretarse por los yanquis como una provocación.

  Agudizaban la inquietud  de Georgina esas circunstancias, unidas a la súbita desaparición de su compañero de toda la vida, y  la actitud del supuesto capellán, que en a primera entrevista le dijo que su esposo no se encontraba en la base, y en la segunda, confirmaba su detención.

   LA VERDAD Y MUERTE 

   En realidad, Rubén López Sabariego fue detenido en la barraca de descanso a las 10:40 de la noche del 30 de septiembre por el capitán Jonson.  del “Marine Corps”, sin que se conozca la causa, según lo declarado por su compañero Julio Montalvo, testigo del acto de detención.

   Debido a la persistencia de su esposa, le fue entregado el 21 de octubre el cuerpo con  obrero: fracturas en el cráneo, el pómulo derecho y el costillar izquierdo, heridas de bayonetas en el abdomen, fracturas en una pierna, culatazos y otras lesiones que evidencias el sometimiento a torturas,  según el posterior examen de forenses cubanos.

  El pueblo de Cuba condenó el brutal hecho. El velorio y el sepelio de Rubén, constituyeron una extraordinaria manifestación que se extendió hasta el Cementerio San Rafael, de Guantánamo, en cuya entrada despidió el duelo el entonces comandante Raúl Castro Ruz, con palabras acusatorias y de condena al imperialismo yanqui por el repulsivo crimen.

EL CRIMEN COMO NORMA 

   Medio siglo después, la ilegal base naval yanqui sigue siendo una base de torturas y una amenaza para el pueblo cubano y corrobora el desprecio hacia Cuba de ese imperio, que segó la vida de Rubén López Sabariego, a los 42 años de edad, quien nació  el 11 de junio de 1917, en Felton, poblado de Holguín, y a  los pocos meses perdió a sus padres.

  En igual orfandad sumió el Imperio a sus hijos,  con ese crimen, al que seguiría,  pocos meses después, el del pescador Rodolfo Rosell Salas - 14 de julio de 1962-, y el día 19 de igual mes, pero de 1964, balas asesinas procedentes del odiado enclave militar segaron la existencia de un joven de 17 años Ramón López Peña, integrante del batallón que  custodiaba el perímetro fronterizo. 

    No sería ni mucho menos, la última vida segada por traicioneros disparos. Menos de dos años después (21 de mayo de 1966), los marines estadounidenses ultiman a otro cubano en la flor de su vida: el soldado Luís Ramírez López. Otro símbolo de la Patria.

   Esas acciones horrendas han fortalecido las convicciones del pueblo cubano de defender su soberanía y no han logrado el objetivo que las anima: que respondamos con las armas a las provocaciones que ellas entrañan, e invadir al primer territorio libre de América. 

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