Por: Pablo Soroa Fernández
El 30 de septiembre de 1961, Rubén López
Sabariego se despidió de su familia y partió hacia la ilegítima base naval yanqui
enclavada en suelo cubano, en la cual laboraba como chofer. Jamás volvió a vérsele
con vida.
Debía regresar al día siguiente, primero de
octubre, a las tres de la tarde, pero
nada más se supo sobre él hasta el 19 de ese mes, cuando la agencia noticiosa
norteamericana United Press International (UPI) dio a conocer el hallazgo
del cadáver en una cuneta, en el territorio ocupado por
Estados Unidos desde 1903, contra la voluntad popular.
AGÓNICA ESPERA
En el ínterin, Georgina González, su
esposa, había sorteado un indescriptible
vía crucis, con la esperanza de reencontrarse con el padre de sus nueve hijos.
Desde las
cuatro de la tarde del día primero comenzó a inquietarse y a averiguar con los
compañeros de trabajo de Rubén, los
cuales le revelaron que había sido detenido en el enclave militar por un capitán del Cuerpo de Marines, de apellido
Johnson.
Esperó hasta el cuatro de octubre, solicitó –y obtuvo- permiso de las autoridades de su país para
traspasar la única frontera artificial existente
en Cuba, más su entrevista con el oficial capellán Tomás J. Hailsberthy, lejos
de animarla, contribuyó a justificar sus
aprensiones.
Recordó que en 1939 su esposo
había comenzado a trabajar en la base naval yanqui en la constructora
Frederick Shane y reiniciado sus servicios en ese lugar en 1949 como chofer de equipos menores.
Vino a su memoria también que durante la insurrección contra la tiranía de Fulgencio
Batista, Rubén realizó diversas
actividades clandestinas: venta de bonos, recolección de teléfonos para los
rebeldes, traslado de armas e intervino en el primer ataque de las tropas rebeldes a Caimanera.
También evaluó que al triunfo de la de la Revolución él siguió
trabajando en la Base
Naval. El mando militar de aquella guarida de
contrarrevolucionarios y de delincuentes comunes –décadas después devenida
campo de concentración-, conocía que López Sabariego era uno de los
emplantillados cubanos que no renunciaban a sus convicciones revolucionarias.
Según narró años después Rafael, el mayor de
los hijos, su padre vistió rápidamente el uniforme de miliciano y lo guardó
cuando Fidel explicó que los trabajadores cubanos de la Base debían evitar a toda
costa asumir cualquiera actitud susceptible de interpretarse por los yanquis como
una provocación.
Agudizaban la inquietud de Georgina esas circunstancias, unidas a la
súbita desaparición de su compañero de toda la vida, y la actitud del supuesto capellán, que en a
primera entrevista le dijo que su esposo no se encontraba en la base, y en la
segunda, confirmaba su detención.
LA VERDAD Y
MUERTE
En realidad, Rubén López Sabariego fue
detenido en la barraca de descanso a las 10:40 de la noche del 30 de septiembre
por el capitán Jonson. del “Marine
Corps”, sin que se conozca la causa, según lo declarado por su compañero Julio
Montalvo, testigo del acto de detención.
Debido a la persistencia de su esposa, le fue
entregado el 21 de octubre el cuerpo con
obrero: fracturas en el cráneo, el pómulo derecho y el costillar izquierdo,
heridas de bayonetas en el abdomen, fracturas en una pierna, culatazos y otras
lesiones que evidencias el sometimiento a torturas, según el posterior examen de forenses
cubanos.
El pueblo de Cuba condenó el brutal hecho. El
velorio y el sepelio de Rubén, constituyeron una extraordinaria manifestación
que se extendió hasta el Cementerio San Rafael, de Guantánamo, en cuya entrada
despidió el duelo el entonces comandante Raúl Castro Ruz, con palabras
acusatorias y de condena al imperialismo yanqui por el repulsivo crimen.
EL CRIMEN
COMO NORMA
Medio siglo después, la ilegal base naval
yanqui sigue siendo una base de torturas y una amenaza para el pueblo cubano y
corrobora el desprecio hacia Cuba de ese imperio, que segó la vida de Rubén
López Sabariego, a los 42 años de edad, quien nació el 11 de junio de 1917, en Felton, poblado de
Holguín, y a los pocos meses perdió a
sus padres.
En igual orfandad sumió el Imperio a sus
hijos, con ese crimen, al que
seguiría, pocos meses después, el del
pescador Rodolfo Rosell Salas - 14 de julio de 1962-, y el día 19 de igual mes,
pero de 1964, balas asesinas procedentes del odiado enclave militar segaron la
existencia de un joven de 17 años Ramón López Peña, integrante del batallón que custodiaba el perímetro fronterizo.
No sería ni mucho menos, la última vida
segada por traicioneros disparos. Menos de dos años después (21 de mayo de
1966), los marines estadounidenses ultiman a otro cubano en la flor de su vida:
el soldado Luís Ramírez López. Otro símbolo de la Patria.
Esas acciones horrendas han fortalecido las
convicciones del pueblo cubano de defender su soberanía y no han logrado el
objetivo que las anima: que respondamos con las armas a las provocaciones que
ellas entrañan, e invadir al primer territorio libre de América.
No hay comentarios:
Publicar un comentario